Si eso existiera para mi...

Spoiler:

“Estaré aquí. Te juro que estaré aquí. Cuando vuelvas… cuando puedas volver… yo seguiré aquí.”

El dolor pesaba en su alma. Algo tiraba de él hacía el suelo, hacía lo más profundo del abismo. Había algo que jamás había imaginado que sentiría, esa perdida completa de un ser querido.

Había pensado que jamás llegaría a ese punto. Que ya no amaba a nadie, que ya no amaría nunca más. Había llegado a la conclusión de que todo lo que pasaba con ella no era más real de lo que lo fue durante aquella época en la que todos eran libres, en la que reinaban en la tierra.
Pero la había encontrado casi cinco mil años después, cinco mil. ¿Pueden hacerse una idea de cuanto es ese tiempo? ¿Cuántas vidas había vivido? ¿Cuántas había arrebatado?

Aún recordaba aquellos días en los que lucharon juntos, en los que se revelaron contra el status que el mundo estaba comenzando a adquirir. Esos días en los que las ciudades vivían armónicas con una tierra que aún casi no conocía a los humanos.

Ahora la tierra era vieja, estaba derruida y rodeada de construcciones que apuñaban su corazón a diario y él era malo. Era el peor. Asesino y torturador. Y ella era… simplemente ella. Tan etérea como siempre fue, un ser perfecto, una criatura venida de propia tierra.

Y ella estaba muerta. Otra vez.

Ella le había arrastrado a la maldad tantas veces como él lo había hecho con cientos de humanos. Ella pura y risueña, había susurrado en su oído cuan horribles eran ellos, cuanto daño le hacían al mundo, cuanto lo sangraban, como lo dañaban, y con ello, como la dañaban a ella.
En realidad a lo largo de esos cinco mil años se habían visto muchas veces, y ella siempre había muerto en sus brazos. Rogando por su odio hacía esa raza. Ella juraba odiarlos más que a nada por impedirles vivir la eternidad juntos, pero él lo sabía. Ella lo odiaba por ser lo que era también, sabía que era un instrumento en sus manos, un ser demoledor que acababa con todo lo que ella odiaba y que era abandonado tras su utilización.

Y ahí estaba la prueba.
Acababa de destruir un puente petrolífero y ella simplemente se despidió de él con un beso y se marchó. Murió en sus brazos, se dejó marchitar como una flor. Y él, como siempre, abrazó su cuerpo inerte y lloró tras cientos de años sin hacerlo, apretándola con fuerza antes de lanzarla al mar.

Briffaut no sabía amar, pues el único amor que tuvo y tendrá estaba basado en el aprovechamiento mutuo, él necesitaba el único toque de humanidad que ella le otorgaba y a cambio le ofrecía todo lo que en su mano estaba, el dolor y la desesperación del abismo y un poder tan grande que era capaz de hacer caer cimientos contra los que la naturaleza no podía.

Pero el dolor no se iría con eso. Él volvería a buscarla, volvería a asesinar por no verla, a hacer sufrir a cualquier amante por no ser ella, a destruir la tierra, pues si no podía disfrutarla junto a la única que podía tocar lo que quedaba de su oscuro corazón, no dejaría a nadie disfrutarla…

Era un círculo vicioso, que tan solo terminaba cuando él volvía a pensar en aquello…

“Yo estaré esperando, el día en que te decidas a volver, a ser mía una vez más. Volverás, sufrirás sin mi… volveremos a vernos.”